El ladrido es un medio natural de comunicación del perro. Todo irña bien mientras lo haga de forma dosificada, de no ser así, ese lenguaje puede convertirse en la peor pesadilla de los amos. Aunque desde tiempos remotos el ladrido de los perros ha sido utilizado como alarma, actualmente, este lenguaje es motivo de numerosos conflictos entre perros y amos.
Un perro que defiende su territorio ofrece protección y alerta sobre alguna situación atípica, como intrusos o la llegada de visita, evidentemente lo hace en forma de ladrido, una señal de avisos. Se trata de un ladrido útil que no debe ser reprimido, pero tampoco hay que permitir que siga haciéndolo hasta desgañitarse. Nos ofrece una información muy valiosa, pero nuestro perro tiene que comprender que una o dos voces de alarma son suficientes para ponernos en guardia.
Cuando el ladrido es desmedido puede tener origen en algún tipo de trastorno físico o de conducta. Por ejemplo, enfermedades como el hipertiroidismo pueden hacen que ladre más de la cuenta. Pero, casi siempre, son situaciones traumáticas vividas por el perro y que vuelven a su recuerdo las que dan lugar a esta alteración del comportamiento. Cuando ocurra esto, no le pegues, ya que sumarás otro miedo a su cajón de recuerdos. Hazle caso, juega con él y sácale a pasear para que sirva de estimulación mental. Si la situación se agrava, deberás solicitar el asesoramiento de un especialista en comportamiento.
Otro tipo de ladrido se provoca cuando les dejamos solos. Si le acostumbramos correctamente a la separación, los ladridos tenderán a desaparecer. Pero si insisten durante toda la ausencia, lo más seguro es que se esté convirtiendo en un trastorno de conducta denominado como ansiedad por separación. Prepara la salida con antelación sin dar muestras de ello. Empieza a ignorarle 15 minutos antes. Realiza tanto la salida como la llegada sin ningún tipo de ceremonia, poco a poco sus ladridos se irán calmando.