Tener un pequeño huerto familiar en nuestro jardín es una labor que gratifica, y mucho, a pesar de que mantenerlo lleva tiempo y esfuerzo. La satisfacción que ofrece tener nuestros propios productos de la huerta con los que luego hacemos los «platos más ricos del mundo» es una experiencia que no se puede explicar con palabras.
Lejos de ser un trabajo fácil, requiere de nuestro tiempo, esfuerzo físico y dedicación, además de contar con algunos conocimientos teóricos, algunos los aprendemos con el tiempo y otros se van transfiriendo de generación en generación. La horticultura autosuficiente tiene ese encanto de lo añejo, del trabajo que realizaban nuestros abuelos y muchos padres en las fincas familiares, es como volver cuarenta años atrás, cuando todavía no era tan sencillo bajar al supermercado a comprar una cebolla si la necesitábamos para hacer el guiso.
Aunque ahora contamos con muchos ayudas extra que nos han dado los avances con los años en cuestiones de huerta y agricultura, todavía sigue en vigor aquello de plantar nuestras semillas y ver creciendo poco a poco tomates, lechugas, judías, pimientos, calabacines, guisantes,…al principio como una afición, pero que luego se transforma en un modo de vida que, además de ser saludable y cuidadoso con el medioambiente, nos ayuda ahorrar unos cuantos euros a fin de mes.
La horticultura se convierte una de las mejores inversiones que podemos realizar: conseguir productos de la tierra y valorar el esfuerzo de obtenerlos, es una lección de vida tanto para los mayores como para los pequeños.