El hombre consiguió domesticar al conejo hace ya muchos años, se cree que los romanos fueron los primeros en hacerlo. A pesar de este largo proceso de domesticación, gran parte de ese carácter primitivo aún lo lleva en los genes. Por eso debemos plantearnos bien la cría de este animal y aquellos que convivirán con él.
A penas nos plantea dificultades para definir su lugar de residencia, ya que el conejo, de por sí, puede habitar tanto en montes como en valles, aunque sienta predilección por la tierra arenosa aquella que utiliza para cavar su madriguera. No es un animal solitario, y disfruta viviendo en manada.
Para resguardarse de las inclemencias del tiempo y protegerse de otros predadores, construye madrigueras bajo tierra para que les resulte a los animales de mayor tamaño más difícil el acceso.
Al ser tantos los depredadores que están detrás de los conejos, están siempre alerta. Este hecho justifica el hecho de que sea tan tímido y asustadizo ante cualquier ruido inesperado.
Una de las maneras de luchar contra sus enemigos naturales en su especial capacidad reproductora. El conejo salvaje ya está en condiciones de iniciar su ciclo reproductor a los siete meses de edad.
En ese momento, la hembra hará su nido en un lugar lejos de la madriguera. Cogerá un lugar seco, en donde haya bastante sol y escarbará una galería de una sola entrada y la camuflará. En el interior tendrá una gran reserva de hojas secas, pelos de su propio cuerpo y restos vegetales. En este nido tendrá la coneja sus crías, que las amamantará durante todo un mes para luego volver a la manada.